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Gracias a Alejandro García publicamos la necrológica que ha aparecido hoy en Ideal de Granada de Esperanza Clavera Pizarro, sobrina de María Zambrano y del Miguel Pizarro, poeta y actriz del grupo de teatro de Víctor Catena que preparó el fallido estreno de La Celestina en el palacio de Carlos V con Marta Osorio, cuyo autor es WENCESLAO-CARLOS LOZANO.

«El pasado 11 de mayo nos dejó para siempre, en Boca Ratón (Florida), donde llevaba años residiendo, esta gran mujer y poeta granadina que tuvo sus años juveniles de gloria en nuestra ciudad antes de dejarla en pos de una vida más respirable, empezando por Madrid y luego dando el salto residencial a los Estados Unidos, sin dejar, mientras tuvo salud, de recorrer mundo, siendo ejemplo de cosmopolitismo y de independencia femenina, aunque sin renunciar nunca a Granada, a la que regresaba todos los años en primavera para reunirse con su familia y sus amigos; y para asistir al Festival Internacional de Música y Danza, como acostumbraba, hasta hace muy poco cuando su quebrantada salud puso fin a sus hazañas viajeras.

Esperanza nace en Granada el 7 de enero de 1939 y pasa su infancia en la céntrica calleja de Cetti-Meriem. Era hija de José María Clavera Armenteros (1898-1985), catedrático de Técnica Física y Físico-Química Aplicada de la Universidad de Granada, decano de la Facultad de Farmacia y posteriormente vicerrector. Hoy lo recuerda la calle del Profesor Clavera, principal arteria del campus universitario de Cartuja. Su madre, Isabel Pizarro Martínez de Victoria, pertenecía a una aristocrática y conservadora familia granadina, de la que salieron valores liberales y republicanos tan prominentes como su prima, la filósofa María Zambrano, o su propio hermano, el poeta Miguel Pizarro Zambrano. Esperanza manifestó una precocidad y unas inquietudes insólitas entonces, a la par que un espíritu de rebeldía sorprendente en una joven nacida en tan privilegiado entorno: haciendo teatro, escribiendo versos, y como estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras en Puentezuelas. Se inicia como actriz teatral a los dieciséis años con el grupo dirigido por Víctor Andrés Catena, el Teatro Universitario de Cámara (TUC), viviendo el escándalo de ‘La Celestina’ y el grotesco rigor de la censura, con la suspensión, en 1955, por orden gubernativa, de la versión teatral que debía representarse en el Palacio de Carlos V y en la que Esperanza interpretaba a Melibea.

No menos singular ha sido su itinerario sentimental, con Joaquín Navarro Valls como primer novio formal, aquel valenciano estudiante de Farmacia que acabó como portavoz del Vaticano durante el largo papado de Juan Pablo II. Ella se acabó casando en Gibraltar (1964) con Sydney William Malkin, a quien había conocido en un crucero por el Mediterráneo, tras mucho batallar con el tribunal de la Rota, siendo él judío norteamericano de origen ruso, y divorciado. Tuvieron dos hijas, Laura (editora en Miami) y Tamara (profesora universitaria en Nueva York). Tras el fallecimiento de Sydney en 1978, Esperanza rehízo su vida sentimental en 1980 con Robert Terry Stuart, un hombre de negocios de rancio abolengo americano, propietario del mítico ‘Stuart Ranch 7S’ de Oklahoma, dedicado a la ganadería caballar y bovina desde 1845, orgullo del patrimonio histórico estadounidense. Importante mecenas, con la colaboración de su esposa desarrollaron una existencia repleta de viajes y de contactos con casas reales, aristocracias y figuras señeras de Hollywood. Esperanza enviudó de nuevo en 2001, fecha a partir de la cual vivió habitualmente entre Miami y Nueva York.

Renace como poeta a finales de los años ochenta, tras un silencio de un cuarto de siglo. Aunque su obra primeriza es más que interesante, en esta segunda etapa nos hallamos ante una poeta consumada, asombrosamente apta para el soneto. Quizás deba relacionarse su regreso poético con un tremendo bache existencial, un revulsivo frente al dolor y al desaire de la enfermedad que la aquejó en 1987. A ello podría añadirse un decisivo careo con su pasado familiar a raíz del tardío descubrimiento de una importante documentación epistolar de su tío el poeta Miguel Pizarro. A partir de entonces publicará sus libros siempre en Granada, aunque también una antología en Colombia, lo que supuso el regreso a un pasado que la devolvió a la poesía con hambre atrasada. Hambre de esencialidad saciada en una expresión poética en pugna con accesos de ‘grafofobia’, crueles intermitencias del alma que, sumida en su propia noche oscura, rehúye durante meses la creatividad para mejor acometerla a la vuelta de una renovada revelación, deslumbrante en su perfectiva desenvoltura, clásica en el justo sentido de la palabra. Esperanza Clavera, que nos acaba de dejar, es de pleno derecho una de las voces poéticas más preclaras de Granada. Queda mucho por saber de ella».