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Para saber más sobre la exposición nos pusimos en contacto con nuestro amigo Víctor, que ha sido su Comisario:
—¿Cómo surgió la idea de la exposición?
—Ha sido un encargo del director del centro, José Luis Chacón. Se ha tratado de poner en valor una colección que, desde que el museo-casa natal abrió sus puertas hace 35 años, ha ido creciendo. El resultado es hoy un archivo literario de primer nivel, además de una impresionante colección de arte. En todo esto ha tenido un papel importantísimo quien fuera primer director de esa casa, Juan de Loxa, y que considero uno de mis referentes. Él realizó una labor impresionante contactando con los amigos del poeta, como Anna Maria Dalí, José Caballero o Rafael Alberti, además de unir los archivos de los principales investigadores en la vida y la obra de Lorca. Todo eso, con un verso de Blas de Otero como guía, es lo que hemos querido plasmar en la exposición.
—¿Cuál es el objetivo?
—Dar a conocer al gran público un fondo extraordinario y que tiene como emblema numerosos documentos lorquianos, desde manuscritos de poemas pasando por textos teatrales, conferencias o correspondencia, sin olvidar los dibujos. Tampoco podemos dejar de lado algunos archivos del 27 que también están en Fuente Vaqueros, como el de Fernando Villalón o el de Maya Altolaguirre. La intención es que esto sea un jardín abierto para todos gracias, especialmente, a lo que hizo Juan de Loxa.
Víctor Fernández en la exposición
—¿Hasta cuándo se podrá ver? ¿Horario?
—Estará abierta hasta mayo del año que viene dentro de los horarios habituales del museo-casa natal.
—¿Qué destacarías de la exposición?
—Es el visitante el que tiene que ir encontrándose con estos tesoros. Es difícil destacar piezas por encima de otras, pero creo que es una ocasión única para ver expuestas las ilustraciones que Lorca realizó para el «Romancero gitano» de Eduardo Rodríguez Valdivieso, una colección única de iconografía lorquiana con pintura, dibujos y grabados de Caballero, Prieto, Juan Vida o Álvaro Delgado, así como la libreta original en la que Luis Cernuda anotaba sus poemas en 1937. El apartado dedicado a los investigadores contiene algunas sorpresas, como la primera presentación pública de algunos de los fondos de Eduardo Molina Fajardo o la carta que envió Ian Gibson a Agustín Penón y que le fue devuelta sin abrir.